En España funcionan 2.792 librerías, pero solo una de ellas tiene el título de ser la más antigua, de haber visto pasar seis monarcas, dos repúblicas, revoluciones y guerras, dictaduras y democracias. Hijos de Santiago Rodríguez nació como editorial e imprenta en 1850 gracias a la inquietud de un veinteañero avispado. Hoy, la sexta generación de libreros sigue mimando al lector desde la ciudad de Burgos.

En La librería, la película que la cineasta española Isabel Coixet estrenó en 2017, los libros eran el mejor –y casi el único– refugio. Tanto la mujer que cumple sus sueños abriendo la tienda de libros en la costa británica, como sus curiosos clientes, todos se sienten comprendidos en ese entorno de estantes y ejemplares encuadernados. La cinta es un homenaje a la lectura y a esos espacios donde siempre hay una calma especial. Es lo que ocurre en la librería que protagoniza este reportaje: Hijos de Santiago Rodríguez, la más antigua de España, una aventura que en 2025 cumplirá 175 años. Ubicada en el centro de la ciudad de Burgos, está dirigida por Lucía Alonso Rodríguez, la sexta generación de una familia con ADN librero.

Somos libreros de profesión y vocación. Aquí, todos los empleados son grandes lectores y nuestro compromiso no es con la facturación o las editoriales, es con los lectores

Esta librería es un enjambre de colaboración. Somos libreros de profesión y vocación. Aquí, todos los empleados son grandes lectores y nuestro compromiso no es con la facturación o las editoriales, es con los lectores. Así que muchas veces nos piden un libro y nosotros les ofrecemos otro distinto porque sabemos lo que necesitan. A la vez, los clientes nos comentan y orientan sobre otros títulos que no hemos leído; y a mi madre, recién jubilada, la tenemos de lectora cero, le pasamos todas las semanas títulos nuevos para que nos de feedback”. Lucía tiene ahora 43 años, pero lleva desde los 22 vinculada al negocio, y su madre, Mercedes, acaba de jubilarse.

Por Hijos de Santiago Rodríguez, que hace décadas también era editora e imprenta, han pasado cientos de trabajadores a lo largo de estos 175 años. Y de sus máquinas salieron cientos de miles de libros. Los expertos la sitúan junto a la librería Hatchard (Londres, 1797), Bertrand (Lisboa, 1732), Lello & Irmao (Oporto, 1906) y Shakespeare & Co (París, 1919) entre las cinco más antiguas del Viejo Continente.

Santiago Rodríguez, el origen de todo

La travesía vital de la persona que fundó en 1850 aquel primer comercio es digna de una trama de época. Santiago Rodríguez Alonso nació en julio de 1829 en un país atrasado económica y socialmente, con unos niveles de analfabetismo que hoy ruborizan. Lo hizo en Isar, un pueblo pequeño a 20 kilómetros de la capital burgalesa. Perteneciente a una familia acomodada –su padre era registrador y su madre una especie de prestamista–, había estudiado para ser aparejador, leía mucho y, por suerte, tenía la posibilidad de viajar. “En esa época, viajar no era irse a países exóticos, significaba conocer España, visitar París o Londres… Santiago creyó que una manera de mejorar la sociedad era acercar la lectura y el conocimiento y alfabetizar a la población”, comenta Lucía, una auténtica experta en proximidad. 

Santiago creyó que una manera de mejorar la sociedad era acercar la lectura y el conocimiento y alfabetizar a la población

Con apenas 22 años, su inquietud y su pensamiento liberal le llevó a la capital inglesa, donde se celebraba la Gran Exposición de los Trabajos de la Industria de todas las Naciones –la primera Exposición Universal–. Allí le asombraron las nuevas máquinas de impresión y se trajo una Minerva de mano, la que puede considerarse la primera impresora de éxito hasta que aparecieron las prensas cilíndricas. Los periódicos hicieron crónicas sobre el estreno de la máquina de imprimir en Burgos. “Hoy se le vería como una persona excéntrica por tener demasiadas ideas en la cabeza”, asegura Lucía de su tatarabuelo. De hecho, también inició otros negocios, como la exportación de tabaco. 

Una herencia adelantada para montar la imprenta

Santiago consiguió que su madre le adelantara 6.500 reales de su herencia para alquilar el primer local donde situó su imprenta, en la calle comercial más importante del Burgos de la época, según la tesis doctoral de María Pilar Alonso Castro titulada La editorial burgalesa Hijos de Santiago Rodríguez (1891-1936): Análisis de los libros escolares. Y a finales del XIX ya imprimía carteles, libros escolares, comerciales, religiosos, novedades literarias, agendas, calendarios, y vendía artículos de encuadernación, tintas, papel de hilo, estampas, cuadernos rayados, novedades de escritorio y cromos.

Aquella primera imprenta y editorial comenzó su andadura con un lema (La escuela redime y civiliza) y un icono, un escudo de hierro con la efigie de Minerva, la diosa romana de la sabiduría, que todavía se conserva hoy en la fachada de la librería. Mariano –uno de sus cinco hijos– se hace cargo de la empresa editora siendo un veinteañero. A finales del XIX, funda la Asociación de la Prensa de Burgos y moderniza el ecosistema de los libros escolares, incluye ilustraciones y dibujos, empieza a publicar literatura, cuentos, libros de poesía, de historia, enciclopedias escolares y los primeros libros de texto y cuadernillos.

La historia del lema de “más cuento que Calleja”

Una anécdota del momento. Antes de continuar con la historia hay que hacer justicia. En los años setenta del siglo XIX apareció en Madrid la editorial Calleja, fundada por el pedagogo –también burgalés– Saturnino Calleja. Su éxito fueron unos cuentos infantiles ilustrados de pequeño formato y precio asequible que inundaron los hogares de ese final de siglo. De ahí viene el famoso dicho popular “tienes más cuento que Calleja”. Pues en verdad aquel modelo de negocio y conocimiento se le había ocurrido años antes a nuestro protagonista, a Santiago Rodríguez. “Calleja le echó mucho cuento –bromea Lucía Alonso–. Mi tatarabuelo puso en marcha la Biblioteca Rodríguez y los Cuentos de hoy y ayer, colecciones de relatos muy baratos escritos por autores locales y nacionales y también con clásicos del cuento europeo. De hecho, mi bisabuelo Mariano, para homenajear a su padre, decidió regalar libros, cada 16 de septiembre –día del fallecimiento de Santiago–, a todos los niños que entrasen en la librería”.

Con Mariano Rodríguez, la editorial Hijos de Santiago Rodríguez está al nivel de otras empresas editoras del momento como Everest o Anaya en cuanto a publicación de libros educativos. Posteriormente, montan sede en Latinoamérica para facilitar la exportación de material didáctico y durante la posguerra la vida continúa, con más sombras que luces, cambios de temarios en los libros y menos literatura. El toque visionario lo pone Mariano Rodríguez cuando decide incluir entre su catálogo de ofertas los papeles pintados para decorar habitaciones y las bolsas timbradas con el anuncio que quiera el cliente.

Una maestra al frente de todo

Casi coincidió la llegada de la democracia a España con la aparición de la primera mujer al frente de la librería burgalesa. Mercedes Rodríguez Plaza, madre de Lucía y maestra de infantil y luego de adultos recorriendo los pueblos de la comarca, se hace con las riendas del negocio cultural en 1992. “Ella se cogió una excedencia como maestra para poder dirigir la librería, desarrolló la página web hace más de veinte años, trajo escritores para los primeros actos de firmas de libros que se celebraban en Burgos –una ciudad en la que hoy conviven 14 librerías–, organizó los primeros clubes de lectura infantil, los primeros talleres, se metió en la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL)…”, rememora su hija.

Ahora, ya jubilada, sigue siendo una lectora voraz y su principal consejera “para cualquier tema”. Mercedes recuerda vivir entre libros y llegó a conocer los últimos años de la imprenta familiar, ese olor a tinta. A los jardines enormes que rodeaban el edificio iba todos los días siendo niña, allí se ponía a leer, comía con la familia… hasta que en 1989 cerró la planta de impresión.

Aunque Lucía Alonso ha recorrido en los últimos veinte años todos los trabajos que se pueden realizar en una librería, es con la pandemia del Covid-19 cuando es más consciente de la importancia de las tiendas que venden libros. “Pensé que si se cerraba un país, las facturas dejarían de llegar, pero seguían entrando. Al mes y poco, por el Día del Libro, que lo hicimos online, pensé que teníamos que hacer algo”. Sin carnet de conducir, Lucía abrió la web solo con el stock que tenían, cogió el carro de la compra y se puso a repartir los libros vendidos. “Al principio eran un par de pedidos al día, pero la voz se corrió y había días que me recorría cuatro códigos postales. La gente te recibía en sus casas como si fueses Santa Claus”.

Lucía, igual que su madre, sabe que estará hasta el final de sus días vinculada a la librería más antigua de España. “Y claro que me gustaría que hubiese una séptima generación de Hijos de Santiago Rodríguez, pero la vida me ha enseñado a disfrutar del presente. Ah, mi hija de 13 años es también una súper lectora, así que ya veremos”. Cualquier momento libre lo dedica a leer, “aunque no podemos con todos, nos preocupamos por conocer los libros que vendemos”. Por eso está leyendo varios títulos a la vez, desde La península de las casas vacías, de David Uclés, a uno de los thriller más vendidos de Steve Cavanagh, 13. El asesino no está en el banquillo de los acusados, está entre el jurado. “Y estoy empezando El niño que perdió la guerra, de Julia Navarro, y una novela de ciencia-ficción que no recuerdo ni su título ni su autor” (risas). Porque cualquier momento es bueno para refugiarse en la cercanía y proximidad de un buen libro.