En la calle Hospital siempre ronronea el bullicio del Raval, uno de los barrios más antiguos de Barcelona. Pero es una mañana tranquila y, en el número 67, los mostradores de la sastrería Transwaal permanecen calmos. En las paredes, una vieja tijera, la imagen del cocinero emblema del negocio y los empleados que asoman en unas fotografías de los años veinte esperan que suene la campanilla y comience la acción. Puede ser un chef Michelin, algún turista japonés o una señora de la burguesía catalana en busca de un traje para su chófer.
Rosa Ferrer, entretanto, nos lleva hacia la trastienda. Es la propietaria del negocio. Y entre sus manos sostiene un libro de cuentas, la mayor reliquia del local. “Mirad qué letra. Cinco metros a 7,50 pesetas el corte”, comenta repasando las columnas de 1917. Sus dedos, que han visto decenas de agujas, pasan las páginas que van desde 1904 hasta 1986, cuando adquirió el local. Las anotaciones recogen casi un siglo de altos y bajos, de períodos de paz, de guerra y de transición, que muestran una historia de supervivencia.
Cuando Transwaal se fundó, a finales del siglo XIX, había siete sastrerías en la calle. Una competencia próspera que se mantuvo durante décadas. Hoy es la única que queda en pie. La presión inmobiliaria, la producción textil en masa y la venta online han hecho que este negocio, que lleva 137 años dedicado a la elaboración de trajes de trabajo, sea una especie en extinción en el barrio y en el sector. Rosa y sus dos hijas, Alèxia y Laia González, han logrado mantenerlo a flote gracias a su cercanía con los clientes y su amor por el trabajo bien hecho, apreciable en cada prenda.

La sastrería más antigua del Raval
La historia de Transwaal arranca en 1888, con la inauguración de la primera Exposición Universal en Barcelona. La ciudad se transformaba y abría al mundo, proyectando una imagen de cosmopolitismo y modernidad. En este contexto, Andreu Forrellat i Casamada e Isidre Gatius i Ventura, cuñados y socios, deciden dejar Castellar del Vallès para abrir una sastrería en el número 66 de la calle Hospital, en el Raval, por aquel entonces uno de los barrios obreros más poblados de Europa. Al principio cosen ropa a medida para la alta burguesía catalana, pero poco a poco van enfocándose en la elaboración de traje de trabajo para la hostelería y el servicio. “Entonces no existía la confección. Todos los trajes se hacían a medida y se trabajaba por encargo”, explica Alèxia.
En aquella época el local se llamaba Tienda de Ropas Forrellat i Gatius, pero Andreu muere joven y pronto pasa a ser Tienda de Ropas Isidro Gatius. En 1900, cuando se trasladaron al local actual, tomaron el nombre de Tienda de Ropas El Transvaal, un nombre exótico que quizá pensaron atraería a la clientela más sofisticada. “Entonces tenían varios empleados. Los dependientes venían desde Sant Andreu y dormían aquí. De estos mostradores salían unas estructuras en las que ponían unos colchones”, cuenta Rosa señalando los muebles de madera que flanquean la entrada. “Arriba vivían los dueños, y al medio día subían todos a comer”.
Era un negocio familiar, y se vivía como familia. A lo largo de los años, fue traspasándose de padres a hijos, y viviendo épocas más duras, junto a otras de esplendor. Bartomeu Gatius, nieto del fundador, solía viajar en los años veinte a Londres y París en busca de nuevas tendencias para que sus creaciones no quedaran anticuadas. “Los mejores clientes procedían de la burguesía catalana y las familias competían entre sí por ver quien tenía al servicio mejor vestido: chófers, mayordomos, criadas, camareros y hasta jardineros”, sonríe Rosa. Todos debían ir impecables y a la moda.
El tiempo fue pasando, hasta que, en 1986, Susana Gatius, la última propietaria de la familia, traspasó el negocio a Rosa Ferrer y su marido Antonio González, un representante de tejidos muy vinculado a la tienda. Antonio murió ya hace quince años, pero Rosa y sus hijas dirigen el comercio y un taller en Caldes de Montbui donde confeccionan la ropa.

El amor por las cosas bien hechas y respeto al pasado
“Mira, todas nuestras prendas llevan un botón labrado con la imagen del cocinero y el nombre de El Transwaal”. Rosa nos muestra uno de sus famosos delantales. Lo toca con cariño, pasando el dedo por las puntadas del pliegue. Sabe lo que es cuidar el detalle, dedicar a cada atuendo el tiempo que necesita, pensar en los clientes, a quienes pone en el centro de su negocio. Y siempre, manteniendo una relación estrecha, personalizada y trayendo al presente una manera diferente de tratarlos.
Más allá de la cálida sala principal del local, custodiada por los maniquís centenarios que vigilan desde el escaparate, se extiende una amplia trastienda con varios espacios. En ellos se apilan multitud de prendas de distintos colores y funciones, metódicamente ordenadas y clasificadas. Chaquetas de cocina, delantales, camisetas y polos para camareros, pantalones… Los hay de todo tipo, hoy el público está acostumbrado a la variedad. “Antes, por ejemplo, el delantal era blanco, de cintura hasta la rodilla, hasta media perna, el francés largo y el de peto. Ahora son de todos los colores y largos, con peto, más cerrados, más abiertos, con más o menos bolsillos, con apliques de piel… “.
Sin embargo, hay algo que no ha cambiado. “Seguimos produciendo nosotros casi la mayoría de los artículos, y hacemos casi todo lo que nos pide el cliente: personalizamos, confeccionamos, hacemos ropa a medida…”. El “casi todo” a veces tiene que ver con la utilidad de la prenda. Para Alèxia es importante que el vestuario se adapte a las necesidades del trabajador, tanto en la forma como en el tejido. “Cuando entra un diseñador nos vuelve un poco locas. Muchas cosas no se las pueden poner, no son cómodas para trabajar”, confiesa. “El poliéster, por ejemplo, no nos gusta en la cocina, porque se quema. Ahí utilizamos tejidos de algodón 100%, muchas veces orgánico. Sin embargo, los pantalones de los camareros sí que son poliéster 100%, porque así no hay que plancharlos”, explica. Lo suyo es arte y oficio.
De chefs como Ferran Adriá o Joan Roca a comediantes y empresarios japoneses
Gracias al boca a boca y al encanto del comercio tradicional, más de 5.000 delantales al año cruzan el mundo hasta Japón, donde los compradores valoran la autenticidad y calidad de estas prendas hechas en Barcelona. “Ese tipo de cliente busca algo más que ropa. Busca historia, diseño útil y conexión humana”, explica Rosa. Así han conseguido mantener una amplia clientela. La mayoría, un 90%, pertenece al sector de la hostelería. “Por aquí han pasado Ferran Adriá, Carme Ruscalleda o Joan Roca. También Romain Fornell, con varios restaurantes, uno de ellos en París. Y Oscar Manresa, del Catalina, donde se hizo la cena del Barça cuando ganaron la liga. Les hicimos unas chaquetas rojas para la ocasión, no podían ser blancas”, dice Rosa divertida.

También han recurrido a Transwaal numerosas personalidades de la cultura catalana, desde Els Comediants, que encargaron unos chalecos para su espectáculo en el Casino de Barcelona, hasta Carles Sans, del Tricicle, o el actor David Selvas. Y no pocos turistas. Algunos, como el japonés propietario de Zakkaworks recalaron en la tienda por casualidad y hoy importan más de 5.000 delantales al año al país nipón. “Mucha gente que pasa por aquí, extranjeros, sobre todo del norte de Europa, ven el escaparate, entran y nos cuentan que ellos ya no pueden comprar en las tiendas, ni probarse la ropa. Lo tiene que comprar todo por internet. Les sorprende ver el local y les alegra mucho porque ya no lo encuentran en su país”, relata Alèxia.
Para ella, el contacto con la gente es fundamental. “Tener proximidad con el cliente es lo que hace que vengan aquí. Aunque solo sea para ver a mi madre y conversar con ella. Lo importante es el trato con las personas, no la distancia de las redes”. Ahí reside el valor de los comercios de toda la vida, lo que genera fidelidad y confianza, y lo que muchos echan de menos en el frío espacio digital. No les ha ido mal. Aunque cuentan con el apoyo del Banco Sabadell, no tienen deudas ni necesitan financiación externa, lo que habla de su buena salud. Además, el local es suyo.
Esto les ayuda a capear la batalla contra los negocios online y la presión inmobiliaria, aunque por delante emerja un desafío habitual en los comercios de tradición: el relevo generacional. Alèxia no sabe lo que pasará cuando su hermana y ella lo dejen, pero es optimista. “Lo importante es mantener tu negocio arriba hasta el final. Entonces siempre habrá alguien que lo quiera continuar. Eso es lo importante”. Es lo que hicieron sus padres, y después ellas, extendiendo en el tiempo el legado de la familia Gatius, que ahora también es el suyo.
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