Con 18 años recién cumplidos, Miguel Ángel Sánchez entró en la Brigada Municipal de Palmereros del Ayuntamiento de Elche (Alicante). Allí tuvo grandes maestros que le enseñaron cómo subirse a las palmeras para podarlas. Y allí aprendió a quererlas. Todavía recuerda a Vicente el Cojo, a su hermano Antonio, a Toni el Galgo, a Salvador el Perola y a Carmelo Capa. “A mí me llamaban Jesulín porque de joven me parecía al torero de Ubrique”. Hoy, con 45 años, además de seguir vinculado al área turística del municipio con el mayor palmeral de Europa, es CEO y fundador de TodoPalmera y Palmworld S.L., dos empresas que aglutinan servicios y productos relacionados con esta planta que muchos consideran sagrada. Él es un experto en proximidad que ha hecho bandera de la cercanía de con el cliente y ha querido mantener un enorme legado asociado a una tradición tan asentada en la ciudad como la palmera.
Este ilicitano animoso, casado y con tres hijos, no pudo ver a su abuelo trepar las palmeras, “siempre lo vi enfermo en la cama, pero mi abuela me contó muchas cosas de él. Me decía que los palmereros bebían vino para envalentonarse y subir, que verlos en la parte más alta mientras azotaba el viento era horrible. Tiraban para arriba con unas espardeñas en los pies y una cuerda de esparto que había que hacer cada semana porque se desgastaba hasta romperse. Eran tiempos duros”. Y no se olvida cuando con 15 años le dijo a su abuela: “Quiero ser palmerero”. “Se llevó una alegría tan grande –rememora Miguel Ángel– que al poco tiempo fue a casa del vecino para pedirle el corvellote –la herramienta para cortar hojas y pelar troncos– que le había regalado cuando murió mi abuelo”.
Su futuro iba dirigido a pegar suelas de zapato en la industria del calzado o a servir comidas en un bar, y tomó una decisión: “Entré en la escuela-taller de Elche, estudié jardinería, viverismo y palmereria. Allí subí mi primera palmera, no olvidaré esa sensación, ese tembleque incontrolable en las piernas y esa adrenalina adictiva. Era una cuerda con un nudo y sin arneses, pero entendí que esa era mi vocación”, admite Miguel Ángel, que recuerda cómo algunos palmereros viejos obligaban a sus hijos a trepar “poniéndoles una palma seca con fuego debajo del culo”.
Con la mayoría de edad se sacó la plaza de palmerero en el ayuntamiento. “Me acuerdo perfectamente. Primero porque no se cubrieron todas las plazas y, segundo, porque un chico de etnia gitana se echó para atrás cuando se enteró de que el puesto no era para palmero, sino para palmerero”, relata entre risas este experto en proximidad.
“La palmera es la planta de mi vida, la que ha hecho que cumplan todos mis sueños”
En su nuevo empleo seguía las órdenes del mayoral, el jefe de la brigada. El 95 % del trabajo era poda ornamental para que las calles de la ciudad de Elche, donde viven más de 85.000 palmeras –casi el 70 % de titularidad pública–, no se impregnen con dátiles y con suciedad, además de mitigar plagas y detectar las plantas enfermas y quitarlas. “En todo el término municipal calculan que hay más de 200.000 ejemplares, pero yo estoy seguro de que llegamos al medio millón de palmeras”. Cuentan que, en cualquier punto de la ciudad, mires hacia donde mires, siempre verás una palmera.
A pesar del mal trato y bulling de algunos compañeros que pusieron en jaque su puesto y de muchas reivindicaciones y protestas para lograr una equiparación salarial al de otros empleos con peligrosidad como bomberos o policías –los palmereros apenas cobraban un poco más que un jardinero–, Miguel Ángel es consciente de que la palmera “es la planta de mi vida, la que ha hecho posible cumplir mis sueños. No es un árbol, es una planta que puede vivir hasta 300 años, que si la pudiésemos arrancar de cuajo se parecería más a una cebolla o a un ajo que a un árbol. La palmera primero engorda para crecer, al revés que los árboles”.
Le pone tanta pasión que es incapaz de parar cuando enumera los usos de una palmera, “es como un cerdo, se aprovecha todo, hasta su sombra”. Las tabalas, los trozos de hoja que se quedan en el tronco tras la poda sirven de combustible; el cascabote, la parte que tiene pinchas se utiliza como palillos o para delimitar fincas; el tronco se usa para hacer vigas y mobiliario, las palmas para fabricar escobas, barracas de sombra y palmas blancas de Semana Santa, y los frutos –los dátiles– para consumo humano o animal. “Ah, y la gasa o especie de tela grisácea que rodea el tronco es buena para las antorchas que los niños queman la noche del 5 de enero y que sirve para guiar a los Reyes Magos en su camino”, comenta.
Tratar plagas y hasta rescatar mascotas
Tras consagrarse como palmerero y acceder a la universidad casi con 30 años, se graduó en Turismo y pasó a ser el encargado de medioambiente en el Ayuntamiento ilicitano. Su formación le permitió tomar otra decisión, montar en 2015 junto a su mujer, Laura Sánchez, las empresas TodoPalmera.com y Palmworld S. L.
Con la primera, sobre todo, venden dátiles producidos por ellos mismos, venden herramientas para la poda de palmeras, hacen trabajos de jardinería y poda de palmeras en toda España, tratamiento de plagas, arranque, talas y plantación de palmeras, alquiler de herramientas, venta de mobiliario hecho con madera de palmera, cursos de formación de nuevos palmereros, incluso y rescate de mascotas. “Los gatos y los drones –dice– se quedan muchas veces atrapados. Los gatos suben cuando las aves crían, se comen a los polluelos pero luego no saben bajar hacia atrás y se ponen a maullar”. Su equipo llena la furgoneta de cubas fumigadoras, corvellotes, gumias, cuerdas, arneses, trepolines… y a trabajar.
Tal es la experiencia de Miguel Ángel que acaba de homologar y patentar un EPI (Equipo de Protección Individual) para subir palmeras. Lo ha llamado Soga Palm Pro: “Son cinco cuerdas trenzadas entre sí, todas llevan un cordón de acero y dentro de una de ellas hay un cable más gordo. Tiene conectores y puntos de anclaje, en total cinco puntos de seguridad”. En 30 años, calcula que habrá subido a más de 100.000 palmeras.
Ahora, con PalmWorld se dedica a podas y jardinería. En general, Miguel Ángel comercializa dátiles de palmeras de las variedades confitera y medjoul. En la última década han comprado terrenos y plantado palmeras. Propias tendrá unas 1.500 y arrendadas para su explotación, otras tantas. “Vendemos alrededor de 30 toneladas de dátiles al año, al cliente final y a dos importantes cadenas de herboristerías”, dice Sánchez, quien conserva un trato con el cliente cercano y personalizado. La inmensa mayoría en España, aunque también hemos tenido pedidos de Alemania, Francia, Reino Unido y Grecia. “Nuestro objetivo es tener unas 7.000 palmeras a corto plazo”. Según sus cálculos, esta pyme es una de las mayores productoras de este fruto en Europa –cada palmera puede dar entre 50 y 150 kilos de dátiles–. Como anécdota, cuenta que la guerra israelí en Palestina ha incrementado sus ventas porque se ha producido un boicot a los dátiles de Israel, uno de los mayores exportadores de dátiles a España.
Activista de la palmera, Miguel Ángel fundó en 2008 la primera asociación de palmereros de Elche (APELX) y, en 2020, la Asociación de Productores de Dátil de Elche y también es miembro asesor de la Cátedra del Palmeral de la Universidad Miguel Hernández de Elche. Con más de 300 intervenciones de poda al año, ahora quiere invertir en maquinaria moderna para el manejo y embalaje de los dátiles, abrir nuevos almacenes, cultivar nuevas variedades y ofrecer más tipos de dátiles. En su mente siempre esta planta y aquellas subidas que nunca olvidará. “La que más me ha impresionado fue la de la palmera golondrina, un ejemplar de 30 metros que ya murió. Conforme subías y se acababa el follaje de las otras palmeras, te sentías más pequeño y solo veías el cielo azul”.
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